Tras varias semanas cosechando una media de asistencia de Perdíos algo baja a las rutas, el anuncio de una parrillada a mitad de camino congregó a nada menos que a doce desinteresados Perdíos que acudimos puntuales “ancá” Mario. Tras unos breves retoques a la logística e infraestructura que el evento requería (breves gracias a que Mario lo había dejado todo perfectamente organizado el día anterior), partimos no sin echar un desconfiado vistazo al cielo que no acababa de mostrar sus intenciones. Bonita estampa de los Perdíos cruzando la Plaza de España perfectamente uniformados y marchando en grupo, lástima no llevar la cámara de vídeo. Como de costumbre, el término “calentamiento” o rodar tranquilos un rato no figurará en esta crónica ya que desde el principio se marcó un fuerte ritmo. Decidimos tomar el desvío que hay cruzado el puente del río Ortiga para evitar así mojarnos desde un principio y con el grupo estirado y sorteando los continuos baches y charcos del camino llegamos hasta “donde derrapa la mujer”. Nada más comenzar la subida el grupo se rompe y Cuchi, Avería, y Mario cogen una distancia que mantendrían hasta el cruce, seguidos de cerca (bueno, de más o menos cerca…) por Ángel G.C., Ismael y poco a poco el resto del grupo, en el que aunque era obvio que había gente que hacía mucho que no cogía la bicicleta, la rápida evolución de éstos presagia una “primavera movidita” de altos ritmos… Desde el cruce de los cuatro caminos, fuimos hacia el paso canadiense que baja al Puente de la Pared, por un camino que, aunque con menos barro que en otras ocasiones, se encontraba en pésimo estado teniendo incluso que echar más de uno pie a tierra para no caer en el intento. En ese tramo, Ismael (que soy yo…), que una semana antes comentaba lo económico que le había resultado la sustitución de sus piñones, desviador y cadena, comienza a tener problemas con los piñones, con el desviador y cómo no, también con la cadena. Ángel y Juan Carlos se paran a ayudar pero la avería parecía seria. Aunque dudé en llamar al “Tío la Vara” para vengar la chapuza de mi bicicleta, finalmente optamos por dar un telefonazo e inmediatamente apareció Javi Avería a solucionar el problema. Con la ayuda de Ángel hizo un apaño y pudimos seguir la ruta. Tras una rápida bajada nos vimos en el Puente de la Pared donde ya nos esperaba Juan Carlos (no confundir con JuanCancellara) con toda la infraestructura. Un pequeño despiste hizo que las cervecitas que Mario tenía enfriando en la nevera no llegaran a su destino, lo que provocó cierto desánimo en el grupo, que veía en las cervezas una recompensa al desgaste que hasta el momento se había hecho en la ruta, y sobre todo Orzowey, que supongo pensando en las cervezas, ni siquiera había cogido agua para la ruta. Pero de la nada apareció el famoso teléfono de JuancaPedidos, que recurriendo a sus contactos localizó unas litronas frías en La Haba, a donde fue raudo y veloz con Juan Carlos en coche. Mientras, Paco Sanfran y Mario se hacían con los mandos de la parrilla, donde fueron preparando unos ligeros aperitivos reconstituyentes en forma de sabrosa panceta, riquísimas carrilleras, “butifarra” (en recuerdo de Barna), y finalmente una morcilla que, aunque estupenda, picaba que no veas… Unas gotas amenazantes nos hicieron trasladar el campo de operaciones debajo del puente aunque finalmente la lluvia no hizo acto de presencia. Risas, fotos, cervezas, más cervezas… recogida y hora de volver. Para entonces, las cervezas habían hecho efecto y las sonrisillas en las caras recomendaban una vuelta tranquila por La Haba, pero no, se optó por la opción más estrecha, empedrada y embarrada, la que más técnica requería. Pusimos a los serpas en cabeza para que abrieran camino y pronto empezó el recital de caídas tontas. El más experto en trialeras; Paco Sanfran, inauguró la sesión tratando de subir por donde era casi imposible; pierde tracción, se inclina y al suelo. Se levanta entre risas, y poco después cae Ángel G.C., el Maestro, y algunos otros que ahora no recuerdo. Si ya lo decía el Stevie Wonder ese… “si bebes…”. Entretanto, la morcilla se dejaba sentir en el grupo, de todas las formas que os podáis imaginar… De vuelta, supongo que llevados por el fragor de la cerveza, o bien para eludir posibles controles de alcoholemia en la carretera, atravesamos el riachuelo de Doña Blanca donde nos mojamos antes de afrontar los últimos kilómetros. El ritmo se había ido incrementando y para entonces algunos acusaban ya el esfuerzo… y todo lo demás. Ya en carretera, el grupo se fue cortando y estirando hasta llegar al sprint, donde creo que sprintaron Cuchi, Mario, Javi Tikodoko y Avería, aunque puede que me deje a más de uno ya que yo lo vi desde atrás. En definitiva, una ruta especial, muy divertida que espero no tardemos en repetir.

 

Por Ismael González González